La
Santa Alianza también opera en América Latina A
pesar de la caída de los talibanes, las miradas del mundo siguen dirigidas
hacia Afganistán. La guerra ahora asume la forma de la imposición de un
protectorado a ese martirizado país. Tienen el concurso de otros gansters
locales, cuya única diferencia con los talibanes es que ahora son ellos los que
cuentan con la bendición de la
Casa Blanca. Sin
negar la importancia de todo lo ocurrido allí, hay que subrayar al mismo tiempo
que las operaciones militares en Afganistán han sido sólo un aspecto —por
supuesto, primordial— de un plan
y una operación global del imperialismo. Este plan tiene múltiples
elementos y no sólo se desarrolla en Asia Central. Lo
que está pasando no puede reducirse a eso. La consecuencia más nefasta del 11
de septiembre es que proporcionó al gobierno de EE.UU. y al imperialismo en
general tanto las fuerzas sociales como la “legitimidad” política para
desatar una fuerte ofensiva global. Es una oportunidad que el gobierno de EE.UU.
no tenía antes de los atentados: ponerse a la cabeza de una Santa Alianza que
logre lo que no pudo alcanzar hace 10 años, cuando casi simultánemente se
produjeron la caída de la URSS y del “socialismo real” y la Guerra del
Golfo. En
ese entonces, George H. Bush (padre) era presidente de EE.UU. Proclamó que, a
partir de allí, quedaría establecido un “nuevo orden mundial”, en
reemplazo del que había imperado desde la Segunda Guerra, a través del
acuerdo-rivalidad entre EE.UU. y la Unión Soviética. Diez
años después, lo que impera no es un “orden mundial” sino un fenomenal
caos planetario. Cada vez más cosas y más problemas están quedando fuera
de control de los gobiernos y Estados, desde el curso de la economía hasta
la catástrofe ecológica que ya se dibuja en el horizonte. Es indiscutible que el capitalismo logró expandirse por todos los rincones del globo, que el imperialismo domina al mundo, y que en ese cuadro EE.UU. tiene la supremacía. Pero una cosa es el dominio. Otra, que los dueños del mundo hayan podido “poner orden”. Por
otra parte, el siglo XXI se abrió con vientos que soplaban en otra dirección
que los de 1989/91. Había pasado la borrachera de comienzos de los 90, cuando
la burguesía celebraba el “fracaso del socialismo”, la victoria de la
“economía de mercado” en versión neoliberal, y la marcha triunfal de la
“globalización”. Las barbaridades del capitalismo globalizado —polarización
social, desempleo y exclusión, bancarrota de regiones y países enteros,
desastres ecológicos— comenzaban a generar fuertes respuestas. La configuración
neoliberal del capitalismo empezó a ser cada vez más cuestionada, tanto en la
esfera ideológica como a nivel de las luchas. Los movimientos antiglobalización
han sido expresiòn de ese giro en la situación mundial. Ahora, EE.UU. y la
alianza imperialista que encabeza aprovechan el 11 de septiembre para intentar un
giro en sentido opuesto. Tras
ese objetivo —forjar nuevas cadenas a escala global e imponer “reglas de
juego” que configuren un sólido “nuevo orden”—están tratando de
implementar un abanico de medidas.
Ellas van desde un refuerzo notable de la legislación represiva en todos los países,
comenzando por los mismos EE.UU., hasta los intentos de criminalizar a los
movimientos o acciones de protesta de los trabajadores y los pueblos. Ya los
movimientos antiglobalización —como el expresado en las movilizaciones de Génova—
fueron abiertamente amalgamados con
el terrorismo. Está
operando una estrategia global que se asienta entres “normas” muy
peligrosas: 1°) EE.UU. ha declarado una guerrra… no se sabe exactamente
contra quién. Hoy esa guerra se personifica en Al-Qaeda. Mañana puede ser
cualquier otra organización y/o país a capricho de la Casa Blanca. 2°) La
guerra se hace contra el “terrorismo”, entendido con una definición tan elástica
e imprecisa que puede abarcar desde el atentado de las Torres hasta la ocupación
de una empresa por sus obreros en
conflicto o la toma de tierras por campesinos pobres. 3°) Esta guerra no tendrá
fin a la vista. Como ha dicho Cheney: “Es(una guerra) distinta a la
Guerra del Golfo, en el sentido que no puede acabar nunca. Al menos, no en el
transcurso de nuestras vidas... No habrá final de la guerra hasta que EE.UU.
logre destruir completa y permanentemente el terrorismo internacional”. Quizás
esto se ve aun más claro mirado desde América Latina. Es que en este conflicto
nuestros países no están directamente involucrados ni de un lado ni del otro.
En ningún lugar del continente sur existe el integrismo islámico ni nada que
se le parezca. Sin embargo, asistimos a una aplicación redoblada y acelerada de
planes represivos y medidas de militarización del continente. EE.UU. está
construyendo una gran jaula en una región a la que considera como su “patio
trasero” y donde no admite los
menores cuestionamientos. Es
importante aclarar que parte de estos planes fueron formulados y estaban en
marcha antes del 11 de septiembre. Ellos vienen desde lejos. Pero los
atentados han dado la oportunidad a Washington de “apretar las clavijas” a
los gobiernos serviles del continente para pasar a aplicarlos más profundamente
y en serio. Sería
muy extenso detallar esto por
completo. Veamos algunos puntos más notorios: *
Reconstitución de un “Comando (militar)
para las Américas” en reemplazo del que existía en Panamá antes del
desalojo de las bases que tenía EE.UU. en la zona del Canal. * A
la cabeza de los organimos del gobierno de EE.UU. para las relaciones con América
Latina se pone a los antiguos funcionarios republicanos que organizaron la
intervención armada en Centroamérica y armaron a la “Contra”
para operar en Nicaragua. * Se
redobla la aplicación del Plan
Colombia. Se incluye a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y
al ELN (Ejército de Liberación Nacional) en la lista mundial del
“organizaciones terroristas”, confeccionada por el gobierno de EE.UU. En
diversos organismos (Congreso y Departamento de Estado) se han multiplicado las
declaraciones de legisladores y funcionarios acerca de que la intervención en
Colombia debe ser la siguiente, luego de ajustar cuentas en Asia Central. * La
instalaci ón de bases militares
se ha multiplicado. EE.UU. además ha aprendido no sólo de Vietnam sino
también de los choques que tuvo en
Panamá por su presencia militar y colonial demasiado visible y provocativa.
Ahora elige sitios apartados de las grandes poblaciones y centros urbanos, la
mayoría de difícil acceso, como las selvas de Colombia y Perú. Pero en el
mapa sudamericano de bases existentes o en proyecto se va dibujando claramente
una red desde donde se podría
operar fácilmente contra países díscolos o rebeliones en cualquier punto del
continente . Esta red se completaría con la instalación de una base en el
extremo sur, en la isla de Tierra del Fuego. Ella cumpliría además
un papel importante en el monitoreo de misiles, dentro del plan del
“escudo”, renovado ahora por Bush. *
Los ejércitos sudamericanos son ejercitados principalmente
para el aplastamiento de posibles
rebeliones populares. Ella
es hoy la principal “hipótesis de conflicto” . Los planes prevén la
intervención conjunta de fuerzas militares
de distintos países, bajo comando de EE.UU. Esto venía de antes del 11 de
septiembre y ahora se ha dinamizado. El último ejercicio
militar se desarrolló en
Salta, provincia de Argentina, notoria por ser uno de los centros del movimiento
“piquetero” (movimientos de trabajadores principalmente desocupados, que
luchan cortando rutas mediante barricadas, y tienen duros enfrentamientos con la
policía y la gendarmería). En
las maniobras participaron militares
de Argentina y otros seis países de Sudamérica. El mando lo ejercía el
general Gary Speer, de EE.UU. El ejercicio consistía en aplastar una rebelión
popular dirigida por “terroristas”, que había estallado en una república
de ficción llamada “Sudistán”. Los
“terroristas” de Sudistán no ponían bombas, pero hacían barricadas y cortes de ruta, exactamente como los “piqueteros”
argentinos o los campesinos de Bolivia y Ecuador. Un detalle curioso fue que
aunque las maniobras se realizaron días antes del 11 de septiembre, los
piqueteros terroristas llevaban carteles
escritos en árabe, un detalle surrealista en una rebelión
latinoamericana. ¿Premoniciones? *
Después del 11 de septiembre ha sido resucitado —bajo otro nombre— uno los instrumentos represivos más
siniestros de los años de las dictaduras en el Cono Sur. Se trata del llamado
“Plan Cóndor”. Fue una coordinación, auspiciada por la CIA, de los
servicios de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, para la represión
conjunta de los activistas. Eran detenidos en un país y enviados secretamente a
otro para ser torturados y “desparecidos”.
Para
justificar la resurrección del “Plan Cóndor” se ha montado una campaña
racista contra las comunidades árabes
y especialmente palestinas.Existe una zona —llamada “Triple Frontera”—,
donde convergen los límites de Brasil, Argentina y Paraguay. Allí vive
una comunidad de origen árabe, que se dedica al comercio. Sin la menor prueba,
se desató en los medios una campaña grotesca, presentando a la Triple Frontera
como una base de Al-Qaeda. Conclusión: hay que volver a implementar algo como
el Plan Condor, ya que es un problema de “seguridad” que afecta a todos los
países del Cono Sur. *
Pero también se han extraído otras conclusiones. Por ejemplo, la
“necesidad” de instalar una base militar de EE.UU. en esa zona. Esto nos
remite a otro problema: los trasfondos del dominio económico, que han sido
evidentes en el caso de Afganistán. Allí, la cuestión del control de las
inmensas reservas petroleras del Asia Central —posiblemente las últimas del
planeta— ha jugado
un papel notorio en los acontecimientos. En Sudamérica, está planteado el dominio de la Amazonia,
que será la última gran selva tropical y la máxima reserva de biodiversidad.
Hay una puja sorda pero cada vez más evidente de EE.UU. para lograr una
presencia directa, sin la molesta intermediación de la burguesía
brasileña. La guerrilla en Colombia, ha sido el pretexto de EE.UU. para
presionar por bases en el norte de la Amazonia. La fábula de los
“fundamentalistas” de la Triple Frontera permite hacer lo mismo, para cerrar
el cerco por el sur. * Al
igual que en EE.UU. y Europa, se intenta reforzar la legislación represiva.
Pero, en nuestros países, esto asume otras formas. Como consecuencia de los
horrores sufridos bajo las dictaduras, varios países latinoamericanos,
Argentina entre ellos, han legislado la prohibición de que las fuerzas
armadas se involucren en la represión
y/o espionaje internos.
Luego del 11 de septiembre ha comenzado un fuerte presión, con diversos
proyectos de leyes, para volver esto atrás. En
conclusión: está en marcha un plan reaccionario a escala mundial que, bajo
distintas formas, se manifiesta en todos los continentes. Esto
exige una respuesta igualmente
global, desarrollando internacionalmente la más amplia unidad de todas las fuerzas y movimientos de las masas trabajadoras
y populares del Norte y el Sur.
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