La Santa Alianza también opera en América Latina
      Roberto Fanjul-Ramírez-  del Movimiento al Socialismo (MAS) de Argentina

A pesar de la caída de los talibanes, las miradas del mundo siguen dirigidas  hacia Afganistán. La guerra ahora asume la forma de la imposición de un protectorado a ese martirizado país. Tienen el concurso de otros gansters locales, cuya única diferencia con los talibanes es que ahora son ellos los que cuentan con  la bendición de la Casa Blanca.

Sin negar la importancia de todo lo ocurrido allí, hay que subrayar al mismo tiempo que las operaciones militares en Afganistán han sido sólo un aspecto —por supuesto, primordial—  de un plan y una operación global del imperialismo. Este plan tiene múltiples elementos y no sólo se desarrolla en Asia Central.

Lo que está pasando no puede reducirse a eso. La consecuencia más nefasta del 11 de septiembre es que proporcionó al gobierno de EE.UU. y al imperialismo en general tanto las fuerzas sociales como la “legitimidad” política para desatar una fuerte ofensiva global. Es una oportunidad que el gobierno de EE.UU. no tenía antes de los atentados: ponerse a la cabeza de una Santa Alianza que logre lo que no pudo alcanzar hace 10 años, cuando casi simultánemente se produjeron la caída de la URSS y del “socialismo real” y la Guerra del Golfo.

En ese entonces, George H. Bush (padre) era presidente de EE.UU. Proclamó que, a partir de allí, quedaría establecido un “nuevo orden mundial”, en reemplazo del que había imperado desde la Segunda Guerra, a través del acuerdo-rivalidad entre EE.UU. y la Unión Soviética.

Diez años después, lo que impera no es un “orden mundial” sino un fenomenal caos planetario. Cada vez más cosas y más problemas están quedando fuera de control de los gobiernos y Estados, desde el curso de la economía hasta la catástrofe ecológica que ya se dibuja en el horizonte.

Es indiscutible que el capitalismo logró expandirse por todos los rincones del globo, que el imperialismo domina al mundo, y que en ese cuadro EE.UU. tiene la supremacía. Pero una cosa es el dominio. Otra, que los dueños del mundo hayan podido “poner orden”.

Por otra parte, el siglo XXI se abrió con vientos que soplaban en otra dirección que los de 1989/91. Había pasado la borrachera de comienzos de los 90, cuando la burguesía celebraba el “fracaso del socialismo”, la victoria de la “economía de mercado” en versión neoliberal, y la marcha triunfal de la “globalización”. Las barbaridades del capitalismo globalizado —polarización social, desempleo y exclusión, bancarrota de regiones y países enteros, desastres ecológicos— comenzaban a generar fuertes respuestas. La configuración neoliberal del capitalismo empezó a ser cada vez más cuestionada, tanto en la esfera ideológica como a nivel de las luchas. Los movimientos antiglobalización han sido expresiòn de ese giro en la situación mundial. Ahora, EE.UU. y la alianza imperialista que encabeza aprovechan el 11 de septiembre para intentar un giro en sentido opuesto.

Tras ese objetivo —forjar nuevas cadenas a escala global e imponer “reglas de juego” que configuren un sólido “nuevo orden”—están tratando de implementar  un abanico de medidas. Ellas van desde un refuerzo notable de la legislación represiva en todos los países, comenzando por los mismos EE.UU., hasta los intentos de criminalizar a los movimientos o acciones de protesta de los trabajadores y los pueblos. Ya los movimientos antiglobalización —como el expresado en las movilizaciones de Génova— fueron abiertamente amalgamados  con el terrorismo.

Está operando una estrategia global que se asienta entres “normas” muy peligrosas: 1°) EE.UU. ha declarado una guerrra… no se sabe exactamente contra quién. Hoy esa guerra se personifica en Al-Qaeda. Mañana puede ser cualquier otra organización y/o país a capricho de la Casa Blanca. 2°) La guerra se hace contra el “terrorismo”, entendido con una definición tan elástica e imprecisa que puede abarcar desde el atentado de las Torres hasta la ocupación de  una empresa por sus obreros en conflicto o la toma de tierras por campesinos pobres. 3°) Esta guerra no tendrá fin a la vista. Como ha dicho Cheney: “Es(una guerra) distinta a la Guerra del Golfo, en el sentido que no puede acabar nunca. Al menos, no en el transcurso de nuestras vidas... No habrá final de la guerra hasta que EE.UU. logre destruir completa y permanentemente el terrorismo internacional”.

Quizás esto se ve aun más claro mirado desde América Latina. Es que en este conflicto nuestros países no están directamente involucrados ni de un lado ni del otro. En ningún lugar del continente sur existe el integrismo islámico ni nada que se le parezca. Sin embargo, asistimos a una aplicación redoblada y acelerada de planes represivos y medidas de militarización del continente. EE.UU. está construyendo una gran jaula en una región a la que considera como su “patio trasero”  y donde no admite los menores cuestionamientos.

Es importante aclarar que parte de estos planes fueron formulados y estaban en marcha antes del 11 de septiembre. Ellos vienen desde lejos. Pero los atentados han dado la oportunidad a Washington de “apretar las clavijas” a los gobiernos serviles del continente para pasar a aplicarlos más profundamente y en serio.

Sería muy extenso  detallar esto por completo. Veamos algunos puntos más notorios:

* Reconstitución de un “Comando  (militar) para las Américas” en reemplazo del que existía en Panamá antes del desalojo de las bases que tenía EE.UU. en la zona del Canal.

* A la cabeza de los organimos del gobierno de EE.UU. para las relaciones con América Latina se pone a los antiguos funcionarios republicanos que organizaron la intervención armada en Centroamérica y armaron a la “Contra”  para operar en Nicaragua.

* Se redobla  la aplicación del Plan Colombia. Se incluye a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y al ELN (Ejército de Liberación Nacional) en la lista mundial del “organizaciones terroristas”, confeccionada por el gobierno de EE.UU. En diversos organismos (Congreso y Departamento de Estado) se han multiplicado las declaraciones de legisladores y funcionarios acerca de que la intervención en Colombia debe ser la siguiente, luego de ajustar cuentas en Asia Central.

* La instalaci ón de  bases militares  se ha multiplicado. EE.UU. además ha aprendido no sólo de Vietnam sino también de los choques  que tuvo en Panamá por su presencia militar y colonial demasiado visible y provocativa. Ahora elige sitios apartados de las grandes poblaciones y centros urbanos, la mayoría de difícil acceso, como las selvas de Colombia y Perú. Pero en el mapa sudamericano de bases existentes o en proyecto se va dibujando claramente una red desde donde  se podría operar fácilmente contra países díscolos o rebeliones en cualquier punto del continente . Esta red se completaría con la instalación de una base en el extremo sur, en la isla de Tierra del Fuego. Ella cumpliría además  un papel importante en el monitoreo de misiles, dentro del plan del “escudo”, renovado ahora por Bush.

* Los ejércitos sudamericanos son ejercitados principalmente  para el aplastamiento de posibles  rebeliones populares.  Ella es hoy la principal “hipótesis de conflicto” . Los planes prevén la intervención conjunta de fuerzas  militares de distintos países, bajo comando de EE.UU. Esto venía de antes del 11 de septiembre y ahora se ha dinamizado. El último ejercicio  militar se desarrolló  en Salta, provincia de Argentina, notoria por ser uno de los centros del movimiento “piquetero” (movimientos de trabajadores principalmente desocupados, que luchan cortando rutas mediante barricadas, y tienen duros enfrentamientos con la policía y la gendarmería).

En las maniobras participaron  militares de Argentina y otros seis países de Sudamérica. El mando lo ejercía el general Gary Speer, de EE.UU. El ejercicio consistía en aplastar una rebelión popular dirigida por “terroristas”, que había estallado en una república de ficción llamada “Sudistán”.  Los “terroristas” de Sudistán no ponían bombas, pero hacían barricadas  y cortes de ruta, exactamente como los “piqueteros” argentinos o los campesinos de Bolivia y Ecuador. Un detalle curioso fue que aunque las maniobras se realizaron días antes del 11 de septiembre, los piqueteros terroristas llevaban carteles  escritos en árabe, un detalle surrealista en una rebelión latinoamericana.  ¿Premoniciones?

* Después del 11 de septiembre ha sido resucitado  —bajo otro nombre— uno los instrumentos represivos más siniestros de los años de las dictaduras en el Cono Sur. Se trata del llamado “Plan Cóndor”. Fue una coordinación, auspiciada por la CIA, de los servicios de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, para la represión conjunta de los activistas. Eran detenidos en un país y enviados secretamente a otro para ser torturados y “desparecidos”. 

Para justificar la resurrección del “Plan Cóndor” se ha montado una campaña racista contra las comunidades  árabes y especialmente palestinas.Existe una zona —llamada “Triple Frontera”—,  donde convergen los límites de Brasil, Argentina y Paraguay. Allí vive una comunidad de origen árabe, que se dedica al comercio. Sin la menor prueba, se desató en los medios una campaña grotesca, presentando a la Triple Frontera como una base de Al-Qaeda. Conclusión: hay que volver a implementar algo como el Plan Condor, ya que es un problema de “seguridad” que afecta a todos los países del Cono Sur.

* Pero también se han extraído otras conclusiones. Por ejemplo, la “necesidad” de instalar una base militar de EE.UU. en esa zona. Esto nos remite a otro problema: los trasfondos del dominio económico, que han sido evidentes en el caso de Afganistán. Allí, la cuestión del control de las inmensas reservas petroleras del Asia Central —posiblemente las últimas del planeta—  ha jugado  un papel notorio en los acontecimientos.  En Sudamérica, está planteado el dominio de la Amazonia, que será la última gran selva tropical y la máxima reserva de biodiversidad. Hay una puja sorda pero cada vez más evidente de EE.UU. para lograr una presencia directa, sin la molesta intermediación de la burguesía brasileña. La guerrilla en Colombia, ha sido el pretexto de EE.UU. para presionar por bases en el norte de la Amazonia. La fábula de los “fundamentalistas” de la Triple Frontera permite hacer lo mismo, para cerrar el cerco por el sur.

* Al igual que en EE.UU. y Europa, se intenta reforzar la legislación represiva. Pero, en nuestros países, esto asume otras formas. Como consecuencia de los horrores sufridos bajo las dictaduras, varios países latinoamericanos, Argentina entre ellos, han legislado la prohibición de que las fuerzas armadas se involucren  en la represión y/o espionaje  internos.  Luego del 11 de septiembre ha comenzado un fuerte presión, con diversos proyectos de leyes, para volver esto atrás.

En conclusión: está en marcha un plan reaccionario a escala mundial que, bajo distintas formas, se manifiesta en todos los continentes.

Esto exige  una respuesta igualmente global, desarrollando internacionalmente la más amplia unidad  de todas las fuerzas y movimientos de las masas trabajadoras y populares del Norte y el Sur.

 

 

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